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Cuando un desastre mundial golpea a las naciones, como en el caso del coronavirus COVID-19, surgen muchas preguntas. Al inicio nos preocupa el daño físico que podemos sufrir y cómo debemos protegernos, pero prontamente llegamos a preguntas acerca de lo que está detrás de la tragedia. Y tarde o temprano nos preguntamos acerca de qué parte tiene Dios en todo esto. ¿Es un juicio de Dios? ¿Está Dios enojado con nosotros? ¿Cómo puede algo tan horrible suceder si en verdad Dios nos ama? Gracias a Dios, las respuestas para todas estas preguntas se encuentran en la Biblia, la Palabra de Dios.
Dios nos puede sanar
Lo primero que debemos reconocer es que Dios está todavía en control del mundo, y tiene la capacidad de protegernos y aún sanar a los enfermos. Mientras que Jesús estaba en la tierra sanó muchas personas (Mateo 12:15; Lucas 7:21-22), y aún pudo resucitar a los muertos (Juan 11:40-44). La única cosa que limitó el hecho de que Cristo sanaría a alguien fue la incredulidad (Mateo 13:58). Y aún hoy día Dios manda que oremos para que los enfermos sean sanados (Santiago 5:14-15).
Las promesas de Dios para Su pueblo son abundantes; y tal vez no hay porción de la Escritura que de más consuelo que el Salmo 91. Mire los primeros versículos:
El que habita al abrigo del Altísimo Morará bajo la sombra del Omnipotente.
Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; Mi Dios, en quien confiaré.
Él te librará del lazo del cazador, De la peste destructora.
Con sus plumas te cubrirá, Y debajo de sus alas estarás seguro; Escudo y adarga es su verdad.
No temerás el terror nocturno, Ni saeta que vuele de día,
Ni pestilencia que ande en oscuridad, Ni mortandad que en medio del día destruya.
Caerán a tu lado mil, Y diez mil a tu diestra; Mas a ti no llegará. (Salmo 91:1-7)
Debemos identificar a quién ha dado Dios estas promesas. Son para el que está confiando en Jehová (vs. 9) y ha puesto en Dios su amor, y ha conocido Su nombre (vs. 14). A los tales Dios promete, “Me invocará, y yo le responderé; Con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré” (vs. 15). Cuando oremos a Dios, pidiendo Su ayuda en este tiempo tan difícil, debemos hacerlo “con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra” (Santiago 1:6). Nuestro Dios nunca nos dejará (Hebreos 13:5), y debemos confiar en Él.
Los que no tienen fe en Dios van a estar en pánico. Y tiene sentido – ya que si pierden su vida, lo pierden todo. Aún Satanás dijo, “Piel por piel, todo lo que el hombre tiene dará por su vida. Pero extiende ahora tu mano, y toca su hueso y su carne, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia” (Job 2:4-5). Pero – como el libro de Job muestra – es posible que un creyente confíe en Dios a través de las pruebas, aun perdiendo su salud, y que salga victorioso al final. “Huye el impío sin que nadie lo persiga; Mas el justo está confiado como un león” (Proverbios 28:1). No cedamos al temor de este enemigo invisible, sino confiemos en Dios y Su perfecta voluntad.
Nuestra responsabilidad individual
Mientras descansamos en el cuidado de Dios para los suyos, debemos reconocer que todavía vivimos en un mundo material, un mundo bajo la maldición del pecado y todas sus consecuencias. Algunos van al extremo de declarar que debido a que Dios les va a proteger, entonces no necesitan “distanciamiento social,” o doctores, o jabón de manos. Pero actuar así es tentar a Dios; exactamente como Satanás lo hizo cuando citó Salmo 91:11 y sugirió a Cristo que se echara del pináculo del templo (Lucas 4:9-12). Eso es hacer de Dios nuestro esclavo para satisfacer nuestros caprichos. Jesús dice claramente a todos los que así piensa, “no tentarás al Señor tu Dios.”
Dios prometió proteger a Su pueblo escogido, Israel, aún de las enfermedades de los egipcios (Deuteronomio 7:15), pero aun así les mandó que practicaran los principios básicos de la higiene (Deut. 23:13; Lev. 13:4,45). Dios puede cuidar a Su pueblo de cualquier caída por medio de milagros, pero dio instrucciones para proveer por la seguridad física en una manera práctica (Deut. 22:8). Dios espera que mientras estemos en un mundo físico, nos alimentemos de comida física, evitemos lo venenoso, y cuidemos nuestros cuerpos. Los que dicen que no debemos tomar precauciones porque “Dios nos cuidará” o porque “debemos permitir que la voluntad de Dios sea hecha” están ignorando lo que Cristo mismo dijo acerca de huir del peligro (Mateo 10:23). La Biblia enseña sensatez en presencia del peligro físico, al punto de citar en dos ocasiones que “El avisado ve el mal y se esconde; más los simples pasan y reciben el daño” (Prov. 22:3; 27:12). La idea de que no debemos cuidarnos del peligro no tiene más apoyo bíblico que el decir que no debemos nadar si caemos en aguas profundas sino sencillamente esperar que se cumpla la voluntad de Dios.
Una historia en el Nuevo Testamento nos ilustra el principio del equilibrio entre los cuidados de Dios y nuestra responsabilidad. Cuando Pablo viajaba hacia Roma, vino una gran tormenta y aún los marineros perdieron esperanza de salvarse. Pero Cristo habló a Pablo diciendo, “Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo” (Hechos 27:24). Sin embargo, el plan de Dios fue salvar a los hombres llevando a todos en la nave hacia cierta isla. Pero cuando los marineros intentaron salir de la nave en un barco pequeño, Pablo declaró al oficial a cargo: “Si éstos no permanecen en la nave, vosotros no podéis salvaros” (Hechos 27:31). Si queremos que Dios nos guarde, debemos cumplir con lo básico que Él pide de nosotros.
La espada de Jehová
Pero, si Dios tiene poder sobre la enfermedad, ¿por qué ha permitido que venga? Una cosa que la Biblia deja claro es que una pestilencia puede ser “la espada de Jehová” (1 Crónicas 21:12), enviada para castigar a una nación en pecado. Hoy en día, cuando el hombre muchas veces se siente muy capaz e invencible, hemos visto la humanidad temblando delante de esta enfermedad. Naciones fuertes con ejércitos poderosos no tuvieron ningún temor de una invasión, pero ya han sido invadidos por un virus que les ha paralizado. Dios habló de otra invasión horrenda hace mucho tiempo a través del profeta Jeremías, declarando: “Y haré que desaparezca de entre ellos la voz de gozo y la voz de alegría, la voz de desposado y la voz de desposada, ruido de molino y luz de lámpara” (Jeremías 25:10). Hemos visto que lo primero que han cerrado ha sido las diversiones y celebraciones, al punto de prohibir bodas, y la industria está siendo afectada.
Pero Dios no envía – o permite – una aflicción, sin declarar la solución. Tenemos que regresar a la causa de todo. La Palabra de Dios nos ha advertido:
“Volveos ahora de vuestro mal camino y de la maldad de vuestras obras, y moraréis en la tierra que os dio Jehová a vosotros y a vuestros padres para siempre; y no vayáis en pos de dioses ajenos, sirviéndoles y adorándoles, ni me provoquéis a ira con la obra de vuestras manos; y no os haré mal. Pero no me habéis oído, dice Jehová, para provocarme a ira con la obra de vuestras manos para mal vuestro.” (Jeremías 25:5-7)
La solución es siempre regresar al lugar en donde nos salimos del camino. Dios dice, “si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14)
Para enseñarnos
Con todo esto, es importante enfatizar que no toda enfermedad es un castigo de Dios. De esto tenemos abundante evidencia en la Biblia. Muchas personas piadosas se han enfermado, y Dios no siempre los sana. Por ejemplo, Pablo tuvo que dejar uno de sus colaboradores enfermo en Mileto (2 Timoteo 4:20), porque Dios no le concedió sanarlo. Pablo mismo sufrió de un “aguijón en la carne,” y cuando le pidió a Dios que se lo quitara, recibió esta respuesta: “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). Pablo reconoció que el propósito fue enseñarle humildad, y dijo “Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (vs. 9-10).
A veces Dios tiene que mostrarnos que no somos fuertes, y que no podemos vivir sin Su ayuda. Estamos mucho más propensos a buscar a Dios cuando estamos en medio de un sufrimiento o una debilidad que cuando todo va bien. Dios quiere que estemos felices y con buena salud (3 Juan 1:2), pero Su prioridad es nuestro bien espiritual. Por lo tanto, si no aprendemos con solo Su Palabra, nos enseña con la disciplina de la aflicción (Hebreos 12:1-11). No es siempre porque hemos pecado; sencillamente Dios nos ama y quiere enseñarnos.
Una lucha espiritual
Otra posibilidad que existe cuando hay una aflicción física es que Dios está llevando a cabo una lucha espiritual, de lo cual no vamos a ver los detalles. Cada sufrimiento no afecta solamente al enfermo, sino también a los que están alrededor de él. ¡Cuántas veces hemos escuchado de alguien que arregló su vida con Dios después de la muerte de un pariente! El ejemplo clásico en la Biblia es el de Job, de lo cual se escribió todo un libro contando cómo sufrió y qué aprendió de la experiencia.
Al inicio del libro Dios declara tres veces que Job es “perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:1,8; 2:3). Sin embargo, cuando Satanás le propone a Dios que pruebe a Job, para demostrarle, según Satanás, que los motivos de la rectitud de Job en verdad eran motivos egoístas, Dios lo permite, aunque le dice, “no pongas tu mano sobre él” y “guarda su vida.” Al final, Dios es glorificado y Satanás humillado cuando Job – aún en su confusión sobre el porqué todo esto le está sucediendo – sigue fiel a Dios, a través de su sufrimiento.
Tiempo del Fin
El Señor Jesucristo profetizó varias cosas acerca de los últimos días antes del fin del mundo, y las pestilencias son una señal importante de que el fin se acerca:
“Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores.” (Mateo 24:7-8)
“Y cuando oigáis de guerras y de sediciones, no os alarméis; porque es necesario que estas cosas acontezcan primero; pero el fin no será inmediatamente...Se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes señales del cielo.” (Lucas 21:9-11)
Aunque puede parecer que estamos en el tiempo del Armagedón, en realidad el juicio final de Dios sobre la tierra no ha llegado. Estamos en el tiempo de los preparativos. Pero el tiempo es corto, y cada uno debe examinar su propio corazón y preguntarse, ¿estoy listo para la venida del Hijo de Dios al mundo?
No debemos olvidar a los que están sufriendo en este tiempo. La verdad es en cada momento de cada día, personas están muriendo. Pero muchas veces no estamos conscientes hasta que la muerte se acerca a nosotros. Por esto Salomón dijo, “Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón” (Eclesiastés 7:2).
Pero, ¿Qué es peor, sufrir en el cuerpo los efectos temporales de un virus físico, o sufrir los tormentos del infierno por toda la eternidad? Hay muchas almas ahora mismo perdidas en el pecado, y debemos ver lo que podemos hacer para ayudarles, no solamente en lo físico, sino en lo espiritual. Jesús dijo que el tiempo del fin será “ocasión para dar testimonio” (Lucas 21:13), y debemos buscar maneras para consolar a un mundo aterrorizado y anunciarles las buenas nuevas del evangelio.
La Trompeta
“¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?
¿Rugirá el león en la selva sin haber presa?
¿Dará el leoncillo su rugido desde su guarida, si no apresare?
¿Caerá el ave en lazo sobre la tierra, sin haber cazador?
¿Se levantará el lazo de la tierra, si no ha atrapado algo?
¿Se tocará la trompeta en la ciudad, y no se alborotará el pueblo?
¿Habrá algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho?” (Amós 3:3-6)
Cuando una crisis viene a una nación entera, es evidente que Dios está diciendo algo. Este pasaje en Amós nos ayuda a pensar en lo que ya sabemos es la verdad. Si una persona, o una nación, no están de acuerdo con Dios, no pueden andar juntos. Dios tiene que separarse de las personas que se han entregado al pecado. Y en el mundo hoy día vemos una abundancia de mal, en todos los aspectos de la vida. Ahora escuchamos el rugir del “león,” y tenemos que reconocer que hay presa: la humanidad alejada de Dios. Y mientras tantos están cayendo por esta enfermedad, debemos reconocer que el divino Cazador está detrás de todo. Y Él no levantará Su lazo hasta que haya terminado Su propósito por lo cual lo envió a la Tierra.
Ahora se está “tocando la trompeta” en todo el mundo. Los anuncios y aún casi cada conversación privada giran alrededor de lo último que se ha escuchado del coronavirus. Vemos el resultado: un alboroto sin precedente entre el pueblo del mundo. La mayoría está enfocado en el presente peligro, y muy pocos miran más allá a la causa. Un mundo alejado de Dios no puede esperar Su bendición, sino solo Su juicio. Si un mal tan grande viene al mundo, no podemos decir que Dios no está consciente, o no le importa. Él lo ha hecho – con un propósito. ¿Cómo responderemos?
Nuestra Respuesta
La pregunta más importante en una crisis mundial no es tanto, ¿qué está haciendo Dios?, sino ¿qué voy a hacer yo? Dios está cumpliendo Su plan, y tenemos la promesa que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28). La promesa está disponible para todos, porque todos podemos escoger amar a Dios y responder a su llamado. Lo importante es que respondamos a lo que Dios está haciendo y aprendamos lo que quiere enseñarnos. Un hombre en la Biblia, que aprendió a través de la aflicción, fue David (2 Samuel 24). Cuando David, en su orgullo, desobedeció a Dios al contar cuán grande era su ejército, Dios mandó una plaga como juicio. Pero David respondió bien: “Después que David hubo censado al pueblo, le pesó en su corazón; y dijo David a Jehová: Yo he pecado gravemente por haber hecho esto; mas ahora, oh Jehová, te ruego que quites el pecado de tu siervo, porque yo he hecho muy neciamente” (2 Samuel 24:10). Y aunque las Escrituras nos revelan que Dios originalmente quiso mandar la enfermedad por el pecado del pueblo de Israel, David solo pensó en sí mismo, diciendo, “Yo pequé, yo hice la maldad; ¿qué hicieron estas ovejas? Te ruego que tu mano se vuelva contra mí, y contra la casa de mi padre” (vs. 17). Después construyó un altar y adoró a Dios.
Nosotros debemos seguir el ejemplo de David en medio del presente juicio de Dios; no culpando a los demás, sino examinando nuestras propias vidas. En uno de sus salmos, David dijo que su aflicción física continuó hasta que confesó a su pecado (Salmos 32:3-5), y en otro lugar dijo: “Ni hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado” (Salmos 38:3). Cuando varios creyentes en Corinto se enfermaron, Pablo dijo que fue por desobediencia a Dios, añadiendo, “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo” (1 Corintios 11:31-32).
Con todo esto, la Biblia también enseña que muchas veces sufrimos por el pecado de los demás. Las personas que fueron llevados cautivos en la invasión mencionada en Jeremías 25 no fueron llevadas por su pecado. La nación fue juzgada por su pecado en el hecho que muchos perdieron su libertad, sus posesiones, o aún sus vidas. Pero Dios dijo claramente a los que fueron llevados que todo fue para su bien:
“Así miraré a los transportados de Judá, a los cuales eché de este lugar a la tierra de los caldeos, para bien. Porque pondré mis ojos sobre ellos para bien, y los volveré a esta tierra, y los edificaré, y no los destruiré; los plantaré y no los arrancaré. Y les daré corazón para que me conozcan que yo soy Jehová; y me serán por pueblo, y yo les seré a ellos por Dios; porque se volverán a mí de todo su corazón.” (Jeremías 24:5-7)
Entonces, ¿cómo responderemos? Tal vez no hay algo que podemos hacer en lo natural para detener el virus, pero la Biblia dice, “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16). Dios promete escuchar la oración del que “sintiere la plaga en su corazón” (1 Reyes 8:38). Y vemos el principio de que oponerse al pecado y buscar la justicia de Dios puede detener una plaga (Salmos 106:30). Tristemente, cuando el hombre recibe las consecuencias de su pecado, muchas veces le echa la culpa a Dios (Proverbios 19:3). En el tiempo del fin, muchos de los que sufrirán el castigo de Dios le maldecirán en lugar de arrepentirse (Apocalipsis 16:9). No podemos controlar la respuesta de los demás, pero sí podemos examinar nuestros propios corazones.
En las manos de Dios
Las palabras de David en 2 Samuel 24:14 son muy apropiadas para hoy: “En grande angustia estoy; caigamos ahora en mano de Jehová, porque sus misericordias son muchas, mas no caiga yo en manos de hombres.” Gracias a Dios estamos en Sus manos, y no dependiendo de la misericordia de un hombre. Pero el estar en las manos de Dios puede significar el estar bajo Su juicio (Éxodo 9:3; 1 Samuel 5:6), o disfrutando de Su bendición por medio de Su protección (Esdras 7:6, 28). Depende de si estamos en una buena relación con Él o no.
Dios está obrando, y a veces en Su sabiduría reconoce que lo que más necesitamos para nuestro bien espiritual es sufrimiento físico. Aunque Dios quiere que disfrutemos aún la vida natural, Su prioridad es nuestra alma, que es eterna. Y en tiempos de sufrimiento mundial, no podemos esperar que solo los malos vayan a sufrir y los que estamos bien con Dios seamos invencibles. El pecado siempre trae consecuencias, y usualmente los inocentes alrededor del pecador sufren también. Tenemos que confiar que Dios hará justicia al final, pero a veces no lo vamos a ver mientras estamos en la Tierra. La Biblia dice, “sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio” (2Pe 2:9), y da el ejemplo de Lot. Cuando Dios iba a juzgar la ciudad malvada de Sodoma, mandó a sus ángeles a sacar a Lot y su familia a un lugar seguro. Sin embargo, “Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada” (Hebreos 11:36-37) y fueron sacados por los ángeles directamente al cielo.
Debemos creer que Dios está en control, y está cuidando a Su pueblo. Los del mundo van a declarar que los cristianos no están más seguros que ellos. Como el representante del rey de Asiria dijo, “¿Acaso alguno de los dioses de las naciones ha librado su tierra de la mano del rey de Asiria?” (2 Reyes 18:33). Pero Dios libró Su pueblo de Asiria, mostrando que sí tiene poder. Y hoy día Dios nos librará, si no es por medio de escapar de la enfermedad, será en tener la victoria eternal cuando vayamos con Él.
Entonces, oremos: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.”
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La Peste: la espada de Jehová (2 Samuel 24)
Meditación: Cuando el juicio de Dios se acerca (Jonás 3)
La voz del Coronavirus (Amós 3:3-6)
Pecadores en las manos de un Dios airado (Deuteronomio 32:35)
Dios está juzgando los dioses de este mundo (Éxodo 12:12) – 5 abr/2020
Es necesaria la paciencia (Hebreos 10:36) – 5 abr/2020
Meditación: Congregaos y meditad en el día de juicio (Sofonías 1-2) – 24 abr/2020
El juicio de Dios nos incita a la fe (Sofonías 1-2) – 26 abr/2020
El juicio de Dios es para restaurar (Sofonías 2-3) – 26 abr/2020