El significado de la Cruz

          Todos hemos visto y escuchado de la cruz. Sabemos que es importante porque allí Cristo murió hace muchos años. ¿Pero qué significa para nosotros hoy en día?

          La Biblia nos enseña dos verdades esenciales acerca de la cruz. Primero, a través de la cruz de Cristo podemos tener perdón de nuestros pecados, vida con Dios, y victoria sobre este mundo: “Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados,  anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz,  y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.” (Col. 2:13-15)

          Segunda, la Biblia también nos enseña de otra cruz que es para nosotros. Cristo dijo, “Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.” (Lc. 14:27) Aunque es cierto que muchos han muerto como mártires por Cristo, aquí no estaba hablando de morir físicamente en una cruz, sino el morir a nuestros propios deseos.  Cristo dijo también, “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará. Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo”? (Lc. 9:23-25) 

          La Biblia entera enseña que los que quieren llamarse “cristianos” tienen que tener cierta clase de vida: “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.” (1 Jn. 2:4-6)

“Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia;  sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.”(1 Pe. 1:14-16)

“Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.” (2 Ti. 2:19b)

          ¿Cómo es posible vivir tal vida? La verdad es que ningún ser humano puede. Una vez los discípulos preguntaron de Jesús, “¿Quién, pues, podrá ser salvo?” Jesús contesto, “Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible.” (Mat. 19:25-26)

          Hay muchos cristianos hoy en día que creen que mientras estamos en la tierra, tendremos que estar constantemente pecando. Pero Cristo vino para salvarnos de nuestros pecados (Mat. 1:21), no en nuestros pecados. Muchos tienen fe que Cristo puede salvarles del infierno, pero no de las tentaciones. A los tales Pablo escribe, “¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?” (Gal. 3:3). Hemos leído que “el justo vivirá por la fe,” pero muchas veces intentamos vivir en nuestra capacidad (en la carne), sin permitir que el Espíritu continúe y acabe la obra en nosotros.

          Es el deseo de Dios que la misma gracia que nos dio salvación continúe obrando en nosotros, “enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente.” (Tit. 2:11-12) Pero hoy día muchos “cristianos” viven en impiedad y deseos mundanos.

          ¿Cuál, entonces, es nuestra necesidad? Así cómo Dios no nos obliga a venir a Él para

recibir salvación, no nos forzará a someternos a Su Espíritu. No tomará control de nuestra vida si no permitimos que Él nos controle.

          Tenemos que experimentar nuestra “cruz” al morir a nuestros deseos, buscando solo a Cristo. El “joven rico” que se acercó a Cristo estaba buscando la vida eterna, pero no pudo tenerla porque prefería sus riquezas más que someterse a lo que Cristo dijo (Mar. 10:17-22). Aunque Cristo no demanda que cada cristiano venda todo lo que posee para dar a los pobres, sí debemos estar dispuestos a entregar todo a Dios.

                No debemos pensar que esto es algo extraño; cada persona que viene a Cristo como Su Salvador tiene que aceptarlo como Señor. “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.” (1 Co. 6:19-20)

            La Biblia enseña lo que debe ser nuestra manera de pensar: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Fil. 2:5-8)

                 Aunque nuestra cruz no sea de madera, debemos humillarnos como Cristo lo hizo.

Si decimos que somos “cristianos,” debemos ser como Cristo. Una vida de consagración y entrega completa al Señor debe ser la continuación natural del nuevo nacimiento a través de un constante crecimiento espiritual, mientras nos rendimos más y más a Dios.

 

Crecimiento Espiritual

          “Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo.” (Ef. 4:14-15)

          Cada cristiano debe estar creciendo espiritualmente. Un bebé que no crece tiene problemas muy serios. ¿Cómo podemos pensar que una persona puede “nacer de nuevo” (Jn. 3:3) y después quedarse igual por años? Pablo habló fuertemente a los “niños en Cristo,” que vivieron en una manera “como hombres,” no cómo hijos de Dios (1 Co. 3:1-4). La inmadurez es normal para un recién nacido, pero muchos, “debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo” todavía no pueden entender más que “los primeros rudimentos de las palabras de Dios” (He. 5:11-12).

          Cuando iniciamos la vida cristiana, debemos desear “como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada” de la Palabra de Dios, para que podemos crecer (1 Pe. 2:2). También necesitamos ejercitar nuestros sentidos espirituales poniendo en obra lo que aprendemos (He. 5:13-14).

          Como un bebé no puede crecer sin comida, nosotros necesitamos comida espiritual para crecer en la gracia. Cristo dijo, “yo soy el pan de vida,” y claramente explicó que hablaba en un sentido espiritual (Jn. 6:48,63;Lc. 4:4). Recibimos a Cristo a través de la Palabra de Dios. El pasaje arriba mencionado, de Efesios 4, muestra cómo Dios ha instituido que los cristianos se ayudan mutuamente en aprender de Dios y Su camino. ¿Cuándo fue la última vez que usted se  aprovechó de la comida espiritual de Dios?

Sermones sobre la Cruz de Cristo:

Obligados a llevar una cruz

Entregando nuestra vida por los demás

Mi reacción a la Cruz (Mateo 21:1-14;16:21-26)

 

 

 

 

 

 

 

 

Volver arriba