La realidad de que un día habremos de morir tiene el lugar número uno en la lista de “Los cinco miedos que todos los seres humanos comparten.” Es tal vez la ironía más grande que muchas personas pasan toda la vida solamente buscando preservar la vida, todo el tiempo sabiendo un día morirán. Nadie puede evitar la muerte, “Porque de cierto morimos, y somos como aguas derramadas por tierra, que no pueden volver a recogerse” (1 Samuel 14:14). Se teme a morir no solo porque ya no se tendrá toda cosa que poseemos o deseamos, sino también porque es un misterio que no entendemos.
Sin embargo, si entendemos de dónde viene la muerte, podremos entender la respuesta al problema de la misma. La Biblia dice que “como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). Dios dio vida a la humanidad, pero a través del pecado de Adán, el primer hombre, el pecado trajo la muerte, y desde entonces “todos pecaron,” por lo cual “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27). Sí, no solo se muere y ya, sino que después de la muerte viene el justo juicio de Dios en el que el hombre de corazón duro y no arrepentido, atesorando ira para tal día, será juzgado conforme a sus obras.
La respuesta para la muerte, y también para el juicio venidero, es tratar con la raíz, el pecado. Gracias a Dios, Él ha provisto una solución. Sí, “la paga del pecado es la muerte” (Romanos 6:23), mas el Hijo de Dios, el Señor Jesucristo, ha venido “para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28). Él murió en nuestro lugar y ahora dice, “estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Apocalipsis 1:18), y “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
En el evangelio según Juan, capítulo 11, Cristo no solamente explicó la respuesta, sino lo mostró. Después de la muerte de uno de sus amigos, Jesús anunció: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:25-26). Y poco después resucitó su amigo de la muerte, mostrando claramente que la vida y la muerte están en Sus manos. Y cuando Jesús mismo resucitó de los muertos, comprobó absolutamente Su poder.
Por lo cual, no debemos tener miedo a la muerte, porque ¡Cristo la conquistó! “Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado” (1Coríntios 15:55-57), y Cristo ya pagó por nuestros pecados: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (1 Pedro 3:18).
¿Por qué lo hizo? “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Esta provisión de Dios es un regalo de amor.
No hay ninguna obra que podamos hacer para ganar este regalo, sino poner nuestra fe en la muerte de Cristo por nosotros para el perdón de nuestros pecados. “El hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo… por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16).
Victoria Consumada
El Señor Jesucristo vino a la Tierra “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:14-15). En la cruz de Calvario exclamó, “Consumado es” (Juan 19:30). En dar Su vida, Jesús triunfó absolutamente en la batalla contra Satanás, el pecado, y la muerte (2 Timoteo 1:10). Lo único que queda para nosotros es aceptar lo que ha hecho a nuestro favor. “Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos” (Hebreos 9:28), y ahora “a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).
No hay nada más que podemos añadir al sacrificio de Cristo, y no tenemos que hacer otro sacrificio. No podemos encontrar salvación en la repetición de misas o buenas obras, porque “Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Hebreos 7:27;9:25-28;10:10-14).
Podemos tener la presencia de Cristo, no por medio de una experiencia religiosa, sino teniendo a Cristo permaneciendo espiritualmente en nuestros corazones (Efesios 3:17). A los que han creído en Él, Cristo dice, “he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20). Cuando entramos en la familia de Dios, Cristo mora en nosotros a través de Su Espíritu (1Juan 4:12-16).
No tenemos que estar dudando si iremos al cielo, o si Dios está con nosotros, o si nuestros pecados son perdonados. Tenemos las promesas de Dios. El que cree en el Hijo de Dios “tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24). El Salvador ya no está colgando en la cruz, y no está en la tumba. Como Cristo dijo, “soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Apo. 1:17-18). “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1).
La dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús (Romanos 6:23). Cristo dijo a algunos, “no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:40). Si no venimos a Él, si no creemos en Él, no podremos “ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Todos nosotros hemos pecado (Romanos 3:23). Y Cristo dijo, “no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mateo 9:13). Entonces nuestro deber es sencillamente arrepentirnos (cambiar de dirección y manera de pensar), creer en Cristo, y recibir Su salvación.
Jesucristo dijo, “Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Cristo le ha mostrado Su amor y quiere tener esta relación de amor con usted para siempre (Juan 15:21-24). Si reconocemos nuestra necesidad de un Salvador, y creemos en Jesucristo como NUESTRO Salvador, podremos venir a ser parte de la familia de Dios. No hay mejor vida. ¿Por qué no aceptas HOY, el regalo del amor de Dios?
Video: El Evangelio de Jesucristo - La respuesta para la muerte